Llegará el día

Yo te veo llegar, hijo, me es inevitable. Me asomo a la ventana. Y sonrío. Sin remedio, sin escapatoria posible. Porque por fin te veo tan claramente llegar, porque te veo…
Entrás saludando a un perro que ahora no existe, que llamás por su nombre y obedece tus órdenes moviendo la cola. Te veo empujar la puerta de entrada, atravesar el caminito que en tu infancia te llevaba tanto tiempo recorrer. Dejás las valijas en el piso, me llamás afuera, para que salga a tu encuentro. Siempre, siempre salgo a tu encuentro. Y antes de que llegue disponés dos reposeras, me besás la frente y nos sentamos en silencio. Te sentás a mi lado. En silencio, (porque así comienza la buena conversación). Sin hablar, solo con la seguridad que nos da el que está al lado y así continúan las mejores. Estar ahí, en silencio vos y yo un tiempo, todo un tiempo completo.
Es un instante mudo antes de contarme cómo te fastidia tu nuevo jefe, pero que por suerte ya estás de vacaciones y que te irás unos días por ahí con tu nueva novia, la chiquilla que me ha arrebatado el tesoro… No, no te enojes, no lo digo con rencor, me río. Una siempre lo sabe, una sabe que va a suceder, solo que nunca está preparada.
Estaremos en silencio unos minutos antes de que me cuentes que estás por comprar un auto nuevo, que esperás que sea amarillo, pero no un amarillo tan fuerte y sabrás que a mí me gustaría más azul, o rojo.
Me vas a decir también que estuviste con Fausto, tu hermano más chico, mi hijo, a quien corresponde tu segundo beso, esta vez en mis manos.
Después entraremos lentamente a mi casa, que se ha vuelto con el tiempo un escondite, una fortaleza para mi espera. Se ha vuelto con los años un refugio para mis recuerdos, para mí, para ustedes, para sus hijos. Podrán… pueden volver y venir cuando quieran, querido mío, cuando gusten.
Yo te veo llegar, me es inevitable. Tu rostro no es el mismo. Ni siquiera lo veo bien definido. Pero sos vos, lo sé como una madre sabe ciertas cosas, tantas cosas.
Va a llegar el día, lo sé, en que vas a ser vos quien recordará. Y me harás reír con tanta cosa, tanto disparate. Me ayudarás a subir a tu auto amarillo pero no tan amarillo e iremos unos días a la casa que Fausto se hizo en la playa. Y nos recibirá con su sonrisota.
Sigo asomada a la ventana, todavía no has bajado del auto. Sacudo la harina pegada a mi delantal, la harina en mis manos. Voy a poner agua para el mate. Te veo llegar con una bolsa en la mano, me has comprado los bizcochitos que me gustan.
Ahora sí, has dejado el auto atrás y desaparece… No vestís tu traje impecable de la oficina. Te acercás, tardás muchísimo en terminar el camino de la entrada. Este también queda atrás, en otra vida. El pelo se te despeina de un segundo a otro, abrís la puerta de casa, solo, estirando el brazo y, aun con la boca manchada de chocolate desparejo y seco, me tironeas del delantal desde allí abajo y me decís:

- Mamá, ¿en qué estás pensando que estás tan callada? – y yo te respondo acariciando a tu hermano en mi vientre desde un tiempo lejanísimo:
- En mañana, hijo, en mañana.


Biografía:

Lucas Ignacio Bruno, nacido el 03 de julio de 1987, en Buenos Aires, 2do de 7 hermanos.
Realizó estudios de filosofía y música.
Autor de: "Cuentos para leer Ayer", publicado en febrero de 2020.

Comentarios

  1. Hermosísimo cuento. ¡Felicitaciones Lucas!
    Gracias Andrea por compartir.
    Lo disfruté.

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    1. Muchas gracias Inés! Aprovecho y te invito a conocer mi libro "Cuentos para leer Ayer". Un Saludo!

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  2. Respuestas
    1. Muchas gracias Nélida! Aprovecho y te invito a conocer mi libro "Cuentos para leer Ayer". Un Saludo!

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