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Mostrando entradas de abril, 2021

Tío Luis

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Para mamá, que vive en la playa Más allá de lo inverosímil de la historia, se sentaron a discutir muy seriamente si todo lo que les había dicho papá era cierto o no. Luis pensaba que sí. Tenía siete años, pero parecía de más. Augusto pensaba que no, que no podía ser cierto, que cómo va iba a ser verdad… aunque la historia era realmente interesante, y se hubiera sentado a escucharla otras mil veces más. Augusto tenía en ese momento nueve. Esos son mis dos hermanos. Ahora que somos mayores, recordamos todos esos cuentos, aquellos veranos, allá guardados en un lugar muy privilegiado y muelle en la memoria... Porque podremos escapar de todo, de todos nuestros problemas, pero no de lo que recordamos… esas diapositivas que se repiten una y otra vez y que aparecen sin que nadie las llame. Porque somos nosotros mismos. Esas anécdotas somos nosotros y lo que somos hoy, sin más. Y con todo aquello, nuestra madre, y papá, quienes nos dieron todo este bagaje de sedimentos cerebrales que llevaremos

Víctor, el niño del campo

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Víctor era un niño campesino que había nacido en Guaremal, en esos cerros azules que se avistaba desde el pueblo, imponentes, erguidos. Allí, tenía su familia un ranchito muy pobre, su padre, un jornalero del campo que se levantaba en las frías madrugadas para salir a labrar su conuco con su marusa debajo del brazo donde no faltaba su avío, compuesto de una arepa redonda, más grande de lo normal, rellena con un par de huevos criollos, provenientes de su gallinero que tenían en el solar; además acompañado de un jarro de café que ellos mismos molían y tostaban los sábados, después de la llegada de la ciudad, a la cual iban montados en burros con sus cargas de yuca, café en grano, auyamas, y algunas veces, maíz. También, en otras oportunidades, toda la familia bajaba por la Calle Nueva para asistir a la iglesia Santa Lucía, a escuchar la Misa dominical o en fiestas de guardar. Sótera, su madre escogía sus mejores galas y vestía a sus muchachos con su ropaje limpio y planchado, todos venía

LA CASA

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Anoche tuve un sueño, de esos sueños vívidos que parecen verdad, en dónde tienes la duda de si estás soñando o viviéndolo en carne propia…o de esos que asustan, pero a la vez ruegas que no se te olvide cuando despiertes. Soñé que había comprado una casa y que Andrea estaba pequeña, era una casa vieja con muchos patios grandes, tenía muchos cuartos. Era vieja, muy vieja y yo me comencé a preguntar el motivo de aquella compra. El trabajo arduo que me iba a dar quitarle el aspecto de antiguo y traerla a la modernidad. La compré con muebles antiguos, llenos de polvo y recuerdo que me senté a pensar que había cometido un error. Pero ahí estaba con mi casa vieja y mi hija chiquita. Empecé a vivir entre esa antigüedad y mis dudas. Invité a mi hermana un día a que me ayudara a instalarme, para ver si con su aporte lograba la tarea imposible. Pero estando en la cocina, ocupadas lavando y limpiando Andrea me llegó con las manitos llenas de sangre y me asusté pensando que ahora sí era

Andrea Antonella Castro

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Triste llora en altamar la mujer del marinero. Solloza atrapada frente a las estrellas, la palma y el centurión. Haciendo el amor con el recuerdo de su esposo, que se desvaneció como la espuma marítima, como el oleaje, se aleja su amor... Las olas llevan y traen el agua a los pies de la fémina. La luna llena y el corazón vacío. Rituales folklóricos avientan la salmuera a su pelo rizado y castaño. Complementa la figura esquelética de la mujer adornada por cadavéricos recuerdos insignificantes del antier. El hoy la angustia y el mañana la suprime. Cuando las lágrimas se funden con la espuma del mar, allí encontrarás a la mujer del marinero, cerca de las estrellas reflejadas en el agua y de la luna menguante, que llora en el pacífico. Imagen tomada de Internet. Biografía:  Andrea Antonella Castro Participo con los poetas y escritores de la lozanía de las bellas artes venezolanas, ASOPEY juvenil. Nuestra presidenta Mariela Lugo.