IMPLACABLE

La muerte es una tenebrosa mujer que se viste de negro. Observa la vida de los humanos, quienes saben que los acecha y le temen.

Juega sucio barajando cartas con sus esqueléticas manos. Con telarañas, teje y desteje existencias y se sabe poderosa e implacable, por lo que no repara en su aspecto tétrico que la beneficia.

Al verla, los cuervos siguen sus pasos aleteando a su alrededor. Ella camina por un sendero cubierto de espinas como una pantera sigilosa. Sus ojos brillan cuando encuentra a su víctima.

El mártir la presiente y corre espantado, su corazón se acelera, trata de evadirla, pero una fuerza espectral lo empuja hasta la gruta. Allí la muerte se divierte como un depredador con su presa.

Exhibe sus dientes verdosos y carcomidos. Sigue empujándolo hasta hacerlo penetrar en el escondrijo donde guarda innumerables trofeos. Él tropieza con ellos: huesos apilados, algunos con carne, otros húmedos o secos. Siente miedo, su corazón pierde fuerzas. Se entrega a la suerte que ya sabe echada: perdió la partida sin jugarla.

Un reloj imaginario marca la hora. La dama de cabellos blancos y pajosos no se retracta. Muestra los naipes y con voz aterradora grita:

—¡Gané! —mientras alguien cae en el lúgubre osario.

Repite, “gané”, continuamente y conserva su actitud de verdugo que la caracteriza. La crueldad es de su agrado, no conoce la clemencia, se regocija porque sabe que —con o sin trampas— será la vencedora.

©Nélida Magdalena González



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