Sola…

Unos pasos púrpuras invadieron la sala ocre, uno tras otros, colmaron la lentitud del tiempo que transcurría incólume. El piso rústico dibujó la permanencia ancestral de aquellas huellas diminutas acolchadas de años, temerosas de ser advertidas por arácnidos de la morada solariega, siempre solapada de memorias guardadas en los muros grises, húmedas de inviernos amarillos y gotas plúmbeas. El silencio atrapó el sonido seco y advirtió una silueta blanca traspasando el umbral de las lágrimas secas para indagar el pasado vivido y la tristeza añeja dejada por la placidez efímera, otrora apegada a las cuadrículas invisibles de los instantes felices.

Se había esfumado la risa, un carruaje morado la transportó a un lugar imaginario de donde no regresó ni a buscar su origen. Las migajas de agua salada seguían la corriente en las grietas de la ancianidad, esa, vivida y sufrida, sustentada en el ayer brillante de horas ligeras con la esperanza en un mañana que no volverá la mirada, pues se ha perdido en la fosa blanquecina de las palabras no pronunciadas.

La oquedad de los pensamientos trastorna en delirio la figura sabia que recorre veredas livianas, es su espacio, tibio, sombrío, lleno de fonemas redondos, pleno de labios yertos, encumbrado de miradas de desdén dorado.

Ha seguido su andar, había buscado en la hora muerta una presencia que voló con el ave de pico largo posada en la rama de hojas lanceoladas, sus plumas quedaron esparcidas en el patio sin helechos, un techo de cemento blanco rígido cobija la campana silenciosa, donde perecieron las carcajadas, sobre la lúgubre figura delgada con sombra fatídica cortó la flor violeta. El santo de la cruz no la quiso, la marchitó de dolor porque presentía la maldad de una aurora hurtada en un camino torcido, el florero decorado la sesgó por su peso falso, la mano insegura no la soportó porque las flores son designios de amor y no de lodo.

Seguía caminando, el farol tenue cobijaba el reloj polvoriento, sin embargo sonó la campanada plateada, entendió su aislamiento, nadie oyó el susurro de su voz, su bata blancuzca acariciaba los ladrillos dóciles, temerosos, taciturnos, cada habitación murmuraba con palabras inexplicables la plenitud de su presencia, con donaire dominaba el recinto, sus labios ebrios capturaban una mueca de triunfo. La sombra mustia preguntó su nombre, y el eco respondió sin titubeos…es ella, ¡Soledad!.

Se había encumbrado en los momentos de mentiras repetidas

Donde las pantallas la hacían reír de felicidad prestada, pero desde arriba la cumbre tambaleaba de hastío, la habitación pequeña albergaba los insectos que cuidaban su inercia de mujer, solo pintura química, rubor de tubos alargados, solo la brisa tocaba sus cabellos negros descuidados para diferenciar su deshonor. Los ojos sin pestañas fijaban su desnudez en un pasado de llanto ajenos, era la compañía de la maldad vivida entre contracciones sumisas y valoradas en horas de ocio. El dinero cerró tus pasos, la soledad se quedó sola…

©Mariela Lugo


Biografía: MARIELA LUGO GARCÍA 
Nació en San Felipe, Estado Yaracuy, Venezuela. Graduada en la Universidad Pedagógica de Barquisimeto en el año 1985. 
Reside en Yaritagua Yaracuy. Cuarenta años de trabajo docente en el Ministerio de Educación y en el colegio Santa Lucía de Yaritagua. Conferencista, escritora y poeta. Le han conferido la orden José Vicente Peña de su país, orden 27 de junio, en segunda clase y otros reconocimientos a nivel nacional. Ha obtenido también premios internacionales de poesía.
Coordinadora de AsoPey. 
Forma parte de APL (Venezuela). 

Artista: Antonio Mora

Comentarios

  1. Felicidades y éxitos a la dama de la Poesía

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  2. ¡Buen cuento! Me gustó mucho el manejo del lenguaje, sentí esa soledad, alejando todo lo conocido. ¡La Soledad sin ninguna Esperanza.!

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